Yo no quito el crucifijo

miércoles, 19 de mayo de 2010

Lo importante no es ser demócrata o dictador, sino ser de izquierdas



"La democracia es solo el primer paso hacia la consecución de la dictadura del proletariado. Que nadie dude que el poder será nuestro, por las buenas o por las malas".

Francisco Largo Caballero
(El Liberal, de Bilbao, 20 de enero de 1936).


El diario “La Gaceta”[1], bajo el epígrafe El tonto contemporáneo, publicó unas declaraciones del socialista Gregorio Peces Barba, en las que calificaba como un paréntesis en la democracia los Gobiernos de José María Aznar.

Me parece extremadamente grave que a estas alturas, el jurista que fue uno de los siete Padres de la actual Constitución española, Presidente del Congreso de los Diputados, Rector de la Universidad Carlos III de Madrid y Alto Comisionado para el Apoyo a las Víctimas del Terrorismo, ignore premeditadamente la etapa democrática de Adolfo Suárez y considere un paréntesis en la democracia española el período de los 8 años de gobierno del PP.

El demócrata que ejerció de inquisidor de la izquierda durante su rectorado en la Universidad Carlos III, boicoteando la actuación de un historiador que no coincidía con su pensamiento partidario y que como tal liquidó la Asociación de Víctimas del Terrorismo, cuando presumiblemente su misión era apoyar, representar y defender sus derechos y reivindicaciones, puede ser cualquier cosa menos tonto como le denomina La Gaceta.

Sus palabras denotan que para este demócrata socialista y otros que piensan como él, la democracia es únicamente patrimonio de la izquierda y me traen a la memoria aquel pronunciamiento de Francisco Largo Caballero, el sindicalista de la UGT que llegó a ser durante escasamente 9 meses Presidente del Consejo de Ministros de de la II República española y que por estar a favor de la Sovietización de nuestro país, llegó a ser denominado popularmente el «Lenin español», en el que manifestó: "Quiero decirles a las derechas, que si triunfamos, colaboraremos con nuestros aliados; pero si triunfan las derechas, nuestra labor habrá de ser doble: colaborar con nuestros aliados dentro de la legalidad, pero tendremos que ir a la Guerra Civil declarada. Que no digan que nosotros decimos las cosas por decirlas, que nosotros lo realizamos"[2].

Al menos, no se le podía acusar de hipócrita, farsante, tramposo, ni embustero como muchos de los que hoy ejercen el poder, cuando pronunció aquellas palabras, ni tampoco cuando más adelante aclaraba explícitamente: "La clase obrera debe adueñarse del poder político, convencida de que la democracia es incompatible con el socialismo, y como el que tiene el poder no ha de entregarlo voluntariamente, por eso hay que ir a la Revolución".

Las manifestaciones de Peces-Barba ponen de relieve el sustrato que aún subyace en el ánimo la izquierda radical española, en relación con el sentido patrimonial que tiene de lo que ella entiende por democracia, que como se demuestra en el programa socialista, Madrid, 1910, ni creen en ella, ni la asumen, ni la soportan, ni la respetan. En el mismo se puede leer el siguiente comentario: “Es cierto que aspiramos a llevar representantes de nuestras ideas al municipio, a la diputación y al parlamento, pero jamás hemos creído, ni creemos que desde allí pueda destruirse el orden burgués y establecer el orden social que nosotros defendemos”.

En el VI Congreso del PSOE celebrado en Gijón, Pablo Iglesias proclamó: “Queremos la muerte de la Iglesia… para ello educamos a los hombres, y así les quitamos la conciencia… No combatimos a los frailes para ensalzar a los curas. Nada de medias tintas. Queremos que desaparezcan los unos y los otros"[3].

Consecuente con esta afirmación, Pablo Iglesias manifestó que la idea de elevar un monumento en el Cerro de los Ángeles, con el que Alfonso XIII consagraba España al Sagrado Corazón de Jesús era una “locura[4].

Milicianos fusilando la imagen del Sagrado Corazón de Jesús

Con el mismo talante abierto, conciliador y respetuoso para con sus semejantes, en similar sentido se expresó el fundador del PSOE en el Congreso de los Diputados cuando declaró: “El partido que yo aquí represento aspira a concluir con los antagonismos sociales,... esta aspiración lleva consigo la supresión de la magistratura, la supresión de la iglesia, la supresión del ejercito... Este partido está en la legalidad mientras la legalidad le permita adquirir lo que necesita; fuera de la legalidad cuando ella no le permita realizar sus aspiraciones"[5]

Estas y otras afirmaciones del mismo corte, solo se pueden interpretar a la luz de lo escrito por el filósofo francés Denis Diderot: “Del fanatismo a la barbarie, sólo media un paso”. Esa barbarie que produjo el frente popular antes del levantamiento del treinta y seis y que de forma mucho más refinada, pero siguiendo muy parecido guión, paso a paso, está desarrollando el actual ejecutivo español, capitaneado por el Sr. Rodríguez, que pudiera pensarse estar inspirado por aquellas manifestaciones de Francisco Ferrer Guardia[6], aquel socialista de triste memoria que dijo: “No nos interesa hacer buenos obreros y empleados, buenos comerciantes. Queremos destruir la sociedad actual desde sus comienzos”.

Con la Ley de Amnistía, la legalización del Partido Comunista y la aprobación por las Cortes y la ratificación por inmensa mayoría del pueblo español de la Constitución del 78, los españoles de buena voluntad creímos firmemente que, aunque permaneciesen las cicatrices, cerrábamos en ese momento las profundas heridas que nuestra horrible Guerra Civil había producido. Era un acto con el que nos perdonábamos mutuamente el salvajismo que ambas partes habían cometido. Un ejercicio de madurez y generosidad, en el que a partir del mismo, el pueblo español, sin distinción de ideologías, creencias, ni clases sociales, se daba la mano para caminar mirando hacia un horizonte común, basado en la concordia, el entendimiento, el progreso, la paz y el orden social, con el objetivo de conquistar definitivamente el lugar que en el contexto internacional a España le correspondía.

Existía un auténtico espíritu de fe en el futuro y aun a riesgo de repetirme, creo que es mi deber volver a dejar constancia de que jamás podré olvidar aquella conversación en la que el entonces Presidente Adolfo Suárez, por cierto, tan maltratado y silenciado por las altas instancias del Estado y la clase política que le ha sucedido, en la que mirándome fijamente a los ojos, me dijo: “…ya va siendo hora de que los españoles empecemos a querernos”.

Fue ese y no otro, el espíritu que permitió a la dirigente del PCE, Dolores Ibárruri “La Pasionaria”, sentarse de nuevo en el Congreso de los Diputados. La misma que a preguntas del diplomático Félix Schlayer, cónsul de la legación noruega en Madrid, sobre la posibilidad de que las dos mitades de España, separadas una de la otra por un odio abismal, pudieran vivir otra vez como un solo pueblo, respondió: “¡Eso es simplemente imposible! ¡No cabe más solución que la que una mitad de España extermine a la otra![7] o lo pronunciado en un mitin, “Más vale condenar a cien inocentes a que se absuelva a un solo culpable.

El sincero deseo de construir entre todos una España nueva y cerrar la puerta a tan triste página de nuestra historia, es lo que hizo posible volver a España y sentarse también en el Congreso de los Diputados a Santiago Carrillo, ese personaje que estando en el exilio, declaró a la periodista italiana Oriana Fallaci[8]: “Todo el abanico de fuerzas políticas españolas está de acuerdo para derribar al Régimen. De forma pacífica. Y si la derecha no nos ayuda, si el centro titubea, si la acción concordada no se realiza, dentro el plazo que ha dicho, entonces la Dictadura caerá de forma no pacífica. Quiero decir: que nos tendremos que doblar frente a la necesidad de derribarla con la violencia. Con una sublevación popular y contando con una parte del Ejército,”

»Yo soy un hombre político. Soy un comunista. Soy un revolucionario. Y la revolución no me da miedo. He crecido soñándola, preparándola. Pero cuando hablo de revolución no hablo de bombas y de guerrillas: hablo de abolir lo que se llama explotación del hombre por el hombre, hablo de la libertad y de los hombres. Y añado: yo no condeno la violencia, no estoy contra la violencia en cualquier caso. La acepto cuando es necesaria. Y si la revolución necesitara en España de la violencia, como ya la han necesitado en otros países, estaré listo para ejercerla. No podría jamás colocar una bomba bajo el automóvil de Carrero Blanco, pero puede estar segura de que si mañana fuera necesaria una insurrección usted me vería con el revólver en la mano.

»He hecho la guerrilla cuando creía en la guerrilla. Durante nueve años. No sé si soy un buen tirador, pero sé que apuntaba con cuidado: para matar. Y he matado. Y no estoy seguro de que esto me guste, aunque no me arrepiento de haberlo hecho”.

»¿Qué quiere que le diga de Juan Carlos? Es una marioneta que Franco manipula como quiere, un pobrecito incapaz de cualquier dignidad y sentido político. Es un tontín que está metido hasta el cuello en una aventura que le costará cara. … ¿Qué posibilidades tiene Juan Carlos? Todo lo más ser rey durante unos meses. Si hubiese roto hace tiempo con Franco, habría podido encontrar una base de apoyo. Ahora ya no tiene ni ésa, y es despreciado por todos. Yo preferiría que hiciese las maletas y se marchara junto a su padre diciendo: “Remito la Monarquía en las manos del pueblo”. Si no lo hace, acaba mal. Acaba realmente mal. Corre incluso el riesgo de que lo maten".

Como es fácil constatar, es en estas tan conciliadoras y moderadoras ideas, en las que se inspira el espíritu del socialismo al que estamos sometidos y que en el aspecto económico, ha llevado al hundimiento de España para muchos años; a la desmoralización de su tejido social; al punto más bajo de la formación de nuestra juventud que ve como pasan los años y no encuentra horizonte para sus naturales aspiraciones de futuro; a la reapertura indeseada por los españoles de esa brecha que provocó el enfrentamiento entre hermanos; a la destrucción de la estructura empresarial, que tardaremos mucho tiempo en reconstruir; a la invasión política de la justicia que produce la desconfianza y el descontento de los ciudadanos ante la aplicación de la Ley; al ataque constante y permanente a la Iglesia con el único objeto de invalidar y destruir todo principio moral y ético de la sociedad; a eliminar en la práctica la legítima patria potestad de los padres con respecto de sus hijos; a destruir la autoridad propia del magisterio de los docentes; a provocar cinco millones de dramas familiares que ven su vida truncada a causa del paro provocado por los despilfarros de un visionario nostálgico que jamás hubiera debido llegar al poder; a causar la ruina de cientos de miles de emigrantes que invirtieron todo su patrimonio ante el señuelo de los cantos de sirena del milagro económico español y “papeles para todos”, que ahora devolvemos a sus países de origen hundidos en la miseria más absoluta; al desprestigio más rotundo de España en el concierto internacional; a la desmembración incontrolada del Estado, en algún caso con efectos probablemente irreversibles; a la desesperanza, el miedo y el temor de cientos de miles de jubilados que ven como en premio a los esfuerzos de toda una vida, ahora se les castiga cruel e insolidariamente, mientras por otra parte se dilapidan los beneficios que a ellos en justicia les pertenecen, en la creación de castas privilegiadas destinadas a utilizarlas como punto de servil apoyo al régimen establecido, tales como sindicatos ideológicos, titiriteros de la ceja, lobbys y fundaciones de distinta índole y ONGs de muy dudosa utilidad social. Y todo ello, sobre la base de la legitimidad basada en la falsedad, la mentira, la manipulación, el ocultamiento y el engaño permanente y el apoyo de no pocos medios de comunicación que por intereses espurios han olvidado cual su auténtica misión y razón de ser, haciendo de la española, una sociedad enferma, incapaz de reaccionar ante tanta arbitrariedad, atropello e injusticia.

Que ahora, a la vuelta de 35 años quieran relatar de nuevo la historia, como si la Transición hubiera sido una bajada de pantalones de la izquierda; como si la amnistía del año 1977 no tuviera el refrendo de unas Cortes con diputados como Santiago Carrillo y la Pasionaria; como si lo que hemos vivido hubiera sido un sueño, es una inmoralidad que los españoles no nos merecemos.

Claudio Sánchez-Albornoz, socialista y uno de los más notables historiadores españoles, dijo bien claramente que: "El franquismo ha sido un mal menor al lado de lo que hubiera supuesto para España la victoria «republicana» y a su regreso del exilio, el sábado 24 de abril de 1976, a pie de pista en el aeropuerto de barajas, declaró: “Sólo tengo una palabra: paz. Ya nos hemos matado demasiado; entendámonos en un régimen de libertad poniendo todos de nuestra parte lo que sea necesario. Hay que hacer una España nueva entre todos los españoles. No soy más que un viejo predicador de la paz y la reconciliación. No tengo de rojo más que la corbata".

Si el Presidente del ejecutivo español careciese de la insuficiencia intelectual que ha demostrado poseer, jamás hubiese dejado que el pasado atacara al presente, sirviéndose de los implacables recuerdos. Por el contrario, debiera haber aprendido de la frase de su correligionario, el eminente filósofo español Miguel de Unamuno, que dijo: “Procuremos más ser padres de nuestro porvenir que hijos de nuestro pasado”.

Sin embargo y a pesar de todo lo expuesto, al actual ejecutivo le asiste una absoluta legitimidad en base a lo que la mayoría de los españoles decidieron en las urnas en las últimas elecciones generales. Y lo hicieron con pleno conocimiento, puesto que ya existía la experiencia de los excesos acontecidos en la legislatura anterior. No resulta coherente en estos momentos llamarse a engaño y lamentarse de los resultados, porque de aquellas aguas, vienen ahora estos lodos. Está muy claro que el pensamiento imperante entre los españoles, es el mal llamado progresista, si es que a la vista de los resultados, a lo que estamos soportando, se le puede llamar progreso. Parece ser que la mayoría del pueblo español está de acuerdo en que lo importante no es ser demócrata o dictador, sino ser de izquierdas.

César Valdeolmillos Alonso
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[1] La Gaceta”, 7 de mayo de 2010, página 2
[2] El Liberal, de Bilbao, 20 de enero de 1936.
[3] Recogido por Luis Gómez Llorente en su libro “Aproximación a la historia del socialismo español hasta   1921”, Cuadernos para el Dialogo, Madrid,1972, página 169
[4] Ricardo de la Cierva, “Historia actualizada de la II República y la Guerra de España, pag. 25
[5] Diario de Sesiones del 5 de Mayo de 1910
[6] Francisco Ferrer Guardia, terrorista y creador de la Escuela Moderna que tenía como lema "la destrucción del todo" y "Viva la dinamita", calificado por Miguel de Unamuno como "tonto, loco y criminal cobarde", instigador del atentado contra Alfonso XIII el día de su boda, fue considerado principal instigador de los hechos y condenado a muerte.
[7] “Matanzas en el Madrid republicano” (p. 242), del diplomático Félix Schlayer, publicado por Áltera.
[8] Semanario L’Europeo, de Milán, 10 de octubre de 1975


jueves, 6 de mayo de 2010

De engaños y engañadores



“Las grandes masas de gente caen más fácilmente víctimas de las grandes que de las pequeñas mentiras”

Adolph Hitler
Militar y político alemán de origen austriaco



La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que Yahveh Dios había hecho. Y dijo a la mujer: "¿Cómo es que Dios os ha dicho: No comáis de ninguno de los árboles del jardín?" Respondió la mujer a la serpiente: "Podemos comer del fruto de los árboles del jardín. Mas del fruto del árbol que está en medio del jardín, ha dicho Dios: No comáis de él, ni lo toquéis, so pena de muerte." Replicó la serpiente a la mujer: "De ninguna manera moriréis. Es que Dios sabe muy bien que el día en que comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal." Y como viese la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió, y dio también a su marido, que igualmente comió. Entonces se les abrieron a entrambos los ojos, y se dieron cuenta de que estaban desnudos; y cosiendo hojas de higuera se hicieron unos ceñidores. Oyeron luego el ruido de los pasos de Yahveh Dios que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa, y el hombre y su mujer se ocultaron de la vista de Yahveh Dios por entre los árboles del jardín. Yahveh Dios llamó al hombre y le dijo: "¿Dónde estás?" Este contestó: "Te oí andar por el jardín y tuve miedo, porque estoy desnudo; por eso me escondí." El replicó: "¿Quién te ha hecho ver que estabas desnudo? ¿Has comido acaso del árbol del que te prohibí comer?" Dijo el hombre: "La mujer que me diste por compañera me dio del árbol y comí."

La Biblia. Génesis III, 1-12

Como claramente se puede apreciar por este pasaje de las sagradas escrituras, el pecado original del hombre se debió a la inocencia de nuestros padres dada la inexistencia del mal en el paraíso. Tan inocentes eran, que ignoraban que estaban desnudos y como consecuencia del espíritu puro que hasta entonces poseían, creyeron de buena fe las palabras de la sierpe, ignorando la gravedad que encerraba la violación del mandato divino.

Si analizamos el hecho con rigor, observaremos que esa violación, no fue una pretensión, propósito o intención que germinase en su interior de forma instintiva y voluntaria, sino que se originó como consecuencia de un argumento falso, aunque aparentemente verdadero, que les indujo a error o engaño: una mentira: La mentira de la serpiente. ¿Acaso no será ese el verdadero pecado original de la humanidad, el cual arrastraremos hasta final de los tiempos?

La disyuntiva de esta hipótesis podría ser merecedora de una profundización filosófica mucho más amplia que por el momento no es el objeto de este trabajo. Sin embargo, lo que sí nos revela de forma incuestionable este pasaje del Génesis, es que la mentira —el arte de jugar con la verdad— el empeño del mal, encuentra su razón de ser en la destrucción del bien y desde la noche de los tiempos, constituye el origen de todas las desventuras sobrevenidas posteriormente al género humano.

A partir de aquel momento bíblico —asimílese esta referencia a los orígenes antropológicos de la humanidad— las sociedades humanas serán ya propiamente políticas y bajo la institucionalización y generalización de la verdad como instrumento de relación entre los hombres, la mentira queda establecida, pudiendo ya impregnar con amplias texturas, todas los capas de la sociedad.

El comportamiento de la serpiente, pone de manifiesto lo que hoy se denomina como ‘inteligencia maquiavélica’, es decir: la aptitud para el engaño y el contraengaño, que a partir de ese momento, constituiría un poder capital en la transformación de la conducta del hombre al inducirle tanto a imaginar mundos irreales, como a representarse el mundo desde un punto de vista distinto al existente. Es un comportamiento nuevo destinado a derrotar un esquema previo de conducta, una situación establecida o una realidad histórica.

No obstante, la mentira como acto social, no puede prescindir de la aberración del que, creyéndose poseedor de la verdad, la ignora. La mentira tiene las patas cortas ante la verdad dominada por el otro, pero camina ligera en los vastos campos de la credulidad del engañado, mostrando vislumbres de un inexistente resplandor proyectado; sombras interpretadas a la luz de una imagen falsa y deformada de la verdad, pero que no es la verdad misma. Solo al poeta, le es lícito usar la farsa por su carácter flexible para hacer entender lo que él imagina mas allá de los hechos ciertos.

Este comportamiento de alteración artificiosa de la verdad, como hace el enredador ilusionista, de hecho tiene por objeto inducir a las mentes menos ilustradas de la sociedad, a dar por cierto un contradiseño destinado a transformar la situación existente. Tal conducta, concebida con el fin de engañar a los demás, al igual que el camaleón, precisa de un gran poder de adaptación a las circunstancias cambiantes, con el fin de desactivar una realidad palpable por una situación irreal y engañosa.

Conviene señalar que el engañador, no sólo se finge ante los demás, sino también ante sí mismo, un acontecimiento inexistente. Pero distingamos que el hecho de fingir ante uno mismo, es por completo distinto a la de engañarse a sí mismo. Manejar una hipótesis cualquiera significa fingir durante cierto tiempo la verdad de una declaración cuya certeza desconocemos o se nos antoja improbable; sólo que, a diferencia del autoengaño, en todo momento sabemos que estamos fingiendo.

La impostura es una actitud embaucadora y charlatana propia de tahúres, fulleros y tramposos que exige una sobreactuación, al tiempo que presenta una imagen ennoblecida de sí mismo. Paralelamente y en un orden inverso, precisa de la ocultación de aquellos aspectos íntimos que pudieran mostrar una imagen negativa, depreciada, incluso opuesta a la que se ostenta, hasta el punto de que si estos se descubriesen, la persona que así actúe, sería irremisiblemente condenada a la inaceptación. Por ello y como blindaje de autodefensa ante este posible riesgo, es harto frecuente comprobar, como la cara más oculta e innoble del impostor, este la atribuye impúdicamente a personas de su entorno, normalmente rivales, adversarias o competidoras del mismo.

En el guante de Doña Blanca, Lope de Vega dice: "Que no hay tan diestra mentira, que no se venga a saber". Y lo peor es que las mentiras de estos pagados de sí mismos, con harta frecuencia no solamente no son diestras, sino que revelan una tosquedad, que si no fuera por la gravedad de las consecuencias que pueden acarrear, moverían a una hilaridad delirante.

Pero no nos engañemos, porque más allá de toda consideración moral, aquellas personas que hacen de la mentira la base y sustento de su proceder, han de ser maquiavélicamente inteligentes en su puesta en escena. Quien miente ha de pensar más que quien dice la verdad, pues por fuerza debe afianzar la coherencia de sus argumentos, controlar sus emociones y prestar atención a sus propios movimientos para no delatar su verdadero pensamiento, ya que de no acertar en el elogio de sus maniobras y jugarretas sin que los demás se aperciban de su hipocresía, sus palabras y sus actos pueden causar un efecto contrario de rechazo y terminar siendo objeto de la rechifla y mofa de quienes les escuchen, con el consiguiente descrédito y deshonra de su persona, pues quien miente en una cosa, faltará a la verdad en todas.

Generalmente estas actuaciones las protagonizan aquellas personas que están obsesionadas en negar deliberadamente la verdad efectiva y hacen de la mentira su afán cotidiano con la intención de cambiar un determinado estado de opinión.

Desde que Odiseo concibió la estrategia engañosa que encerraba el caballo de Troya, con la que los crédulos troyanos introdujeron al enemigo dentro de sus murallas causando con ello su propia destrucción, durante tres milenios y hasta nuestros propios días, los astutos y malintencionados cabecillas de la sociedad, han venido aplicando con notorio éxito por cierto, el elogio de un meditado y fraudulento talante bondadoso —como medio de enmascarar los intereses propios— y de este modo conseguir engañar a los ingenuos faltos de reflexión. Es la eterna emboscada de la astucia hipócrita, frente a al cándido e inconsciente idealismo.

Aparentemente, estas artimañas nos pueden parecer tan burdas como inverosímil el hecho de que puedan dar resultado, pues ‘pensar lo que no es’ resulta tan irreal como ‘ver lo que no hay’. No obstante, no debemos perder de vista de que sobre base tan tosca, pueden construirse sin embargo verdaderas obras de arte que nos hagan ver el día, noche y lo blanco, negro. Los hombres astutos como Odiseo son engañadores, no por simplicidad o insensatez como a primera vista, cándidamente pudiésemos creer, sino sobre la base de su maligna inteligencia. En este punto, no nos debe caber la más mínima duda de que saben perfectamente lo que hacen, y por eso obran taimadamente en punto a veracidad.

Es frecuente escuchar como a estas personas que niegan la realidad palpable y de forma impúdica y desvergonzada la sustituyen por la más grotesca e increíble de las mentiras, se les califica de forma irreflexiva de locos, ignorantes, incapaces o ineptos. Pienso que esta una forma instintiva y precipitada de apreciación. Sobre este punto, no estaría demás recordar el diálogo entre Sócrates e Hipias, cuando éste último, ante la afirmación socrática de que el mentiroso es un hombre inteligente y superior, se rebela, indignado y pregunta: “¿Cómo es posible que los que cometen injusticia voluntariamente, los que maquinan asechanzas y hacen mal intencionadamente, sean mejores que los que no tienen esa intención?” “Sería horrible, Sócrates, que los que obran mal voluntariamente, fueran mejores que los que obran mal contra su voluntad”

Sócrates al confesar su indecisión sobre la cuestión planteada, no solo no resuelve el dilema, sino que lo ahonda.

El aspecto más turbador de este callejón sin salida es su conclusión lógica: admitir la superioridad de quien miente con ocultas y taimadas intenciones, sobre quien simplemente se equivoca.

El aparente contrasentido de la conclusión a la que llegan Hipias y Sócrates, radica en que tanto uno como otro, al aceptar el concepto de superioridad, no distinguieron entre la supremacía intelectual y la excelencia moral, hecho que tan decisivo resulta en el caso que nos ocupa.

Al obrar como lo hizo la serpiente del paraíso, se revela la superioridad inmoral de quien actúa mal a conciencia, a diferencia de quien actúa mal por ignorancia. Es ésta una conclusión certera, aunque de inaceptables consecuencias éticas y morales. Esta diferenciación, hemos de tenerla muy presente en el momento de analizar las palabras y los hechos de las personas que así obran, ya que seducir a los hombres que no poseen la capacidad suficiente de apreciar el intelecto, sea propio o ajeno, es una práctica corriente cuando la incultura consigue su exaltación gracias al apoyo de quienes gobiernan un país.

Hay una sentencia que dice que la rosa no florece en el pantano, lo que nos viene a indicar que la miseria, es el campo fértil en el que anida el mal. El mal, hijo poderoso del rencor, es la peor consecuencia de la propia incapacidad y del conocimiento de nuestra propia insolvencia, nace el miedo. De ahí que quienes causan el mal conscientemente, no lo hagan porque sean fuertes, sino por todo lo contrario. Es entonces cuando para lograr los intereses bastardos perseguidos, sustituimos nuestra insuficiencia por la hipocresía y la falsedad, ocultándolas tras la máscara de la ingenuidad, que es la mayor de las maldades.

PD.- Cualquier semejanza o paralelismo que de las ideas expresadas en este artículo pueda establecerse con situaciones o personas conocidas, obedecerá a la exclusiva interpretación que el lector haga de las mismas.

César Valdeolmillos Alonso